viernes, 26 de marzo de 2010

Felices aquellos viejos tiempos

"Caen las tropas de su majestad,
y cae el norte de la Italia rica,
el papa dando vueltas no se explica,
muerde la lengua de Joao Havelange"
El resto de la canción es el cántico más celebrado por los argentinos: Maradoo, maradoo, maradoo.

Él representa la felicidad en los argentinos. Hasta que nadie vuelva a levantar la Copa Mundial, seguiremos atados al recuerdo del último destello de alegría que este pueblo recibió. Aunque muchos vengan a hablar de su vida personal, de sus adicciones, de sus excesos, para el pueblo, el Diego es lo más, el má grande de todos.
¿Por qué?
Porque es el peleador de la gente, porque nos representa (guste o no) en el mundo entero. Su fama está a la altura de Jesús y los Beatles. No hay rincón del planeta donde alguien no lo conozca. No hay calle en esta tierra donde pueda caminar tranquilo sin ser perseguido por una muchedumbre.
Como él una vez dijo: "Yo soy blanco o negro, gris no voy a ser en mi vida"
Es por eso que indiferencia es imposible que provoque. Lo aman o lo odian.
Eso sí, el Diego se los carga a todos, o a casi todos.
Ninguno sobrevive a sus peleas. Cuando sos enemigo del Diego, sos enemigo del pueblo.
Se cargó a todos, tal como lo dice la canción de los Piojos.
Cuando tuvo que embestir contra la Iglesia no lo dudó. Nunca le temió a los poderosos y eligió en la izquierda latinoamericana su postura política -Fidel Castro, Evo Morales, el tatuaje del Che, Chavez y acá no dudó en posar con Cristina y Nestor-
Incluso con varios fue amigo, luego se enemistó, volvió a amigarse, y así sucesivamente.
Supo regalar elogios y repartir repudios sin discreción alguna.
Para no aburrir más, resumiendo: Aplaudió y puteó a quien quizo.
Nunca nadie pudo pararle el carro. Nunca nadie pudo ganarle la batalla. Ni siquiera la muerte pudo derrotarlo.

Nadie excepto por una persona.
Hubo alguien que se le plantó al Diego y no solo eso, logró ganarle en su mismísima casa.
¿Qué vuelta del destino pudo haber imaginado que el Diego iba a terminar enemistado con el mismo tipo al que él idolatró?
¿Cómo pensar una pelea, sabiendo que el Diego usó la camiseta de Román en su despedida del fútbol?
Ni hablar de la foto que tiene en su palco abrazado a Riquelme. ¿A donde habrá ido ella a parar?

Pero de tantas peleas, esta vez el Diego no pudo salir victorioso. El jueves en su casa y con su gente el veredicto salió a la luz. El estadio pidió por la vuelta del 10 a la selección del 10. Tan solo la 12 supo bancar a Maradona, donde es más probable que haya sido por una relación monetaria más que amorosa.

Por primera vez en su vida al Diego se le plantaron y le tiraron un caño.
No le quedó otra más que aplaudir las pinceladas de Román y regalarle unas flores -más marchitas que vivas- en una salida tumultosa con su: " (...) el que la rompió fue Riquelme"

La realidad es que hoy, Juan Román Riquelme -tal como le gusta conjugar a él los verbos- ha conseguido lo que nunca nadie antes pudo. Él lo ha hecho. Ha estado por encima de cualquier otra celebridad, político, deportista e inclusive la muerte. Ha vencido a Maradona, en su terreno y en su juego. Uno es de pensar que Riquelme nunca lo podría haber logrado. El jueves, en la cancha se demostró lo contrario.

Esperemos que Maradona se consagre dirigiendo a la selección de la misma forma que se consagró cuando jugaba. Sin lugar a dudas, será más difícil sin la magia de Román para que habilite a Messi, para que lo ayude a desempeñarse tan bien como lo hace en el Barcelona. Sin él en el equipo, será más complicado -aunque eso no signifique que imposible- que Lionel brille y podamos así levantar la copa.

Hasta entonces, el pueblo seguirá memoriando aquellos viejos felices tiempos al grito de: Marado, Marado...

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