Ese momento donde pasito a pasito te vas acercando. Todavía no es momento de levantar la mirada. Debe ser en el instante justo. Una equivocación en el calculo y todo habrá sido en vano. Recién en la tangencia del encuentro es donde se puede asomar la cabeza y buscar la conexión con los ojos. La complejidad de este proceso se evidencia en que solo funciona si se concibe en una milésima de segundo. Todo esto para luego continuar la marcha. Para que al cuarto o quinto paso, rotemos el cuello 50º. Al resto de la cabeza no le quedará otra que acompañar y así entonces, apreciarla. Es en este momento donde la incertidumbre es sublime. No sabemos nada. Si sonrió, si se sonrojó o si ni siquiera se inmutó.
El no saber conceptualizado en su forma más bella y humana.